Notas |
[1]
En el momento del nacimiento de Andrés Révész, Hlohovec se llamaba Galgóc y pertenecía al Imperio Astrohúngaro.
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Andrés Révész trabajó como periodista en distintos medios de comunicación, entre ellos, El Sol, La Acción y El Día, pero desarrolló la mayor parte de su carrera en el diario ABC, en la sección de política internacional, desde la que ejerció de corresponsal en varias capitales europeas (Amado, 1970, pág. 45).
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Révész escribió varios libros sobre política extranjera –La Conferencia de Washington y el problema del Pacífico (1922), Los Balcanes, avispero de Europa (1944) o Alemania no podía vencer (1945)–, sobre algunas personalidades –Mussolini, el dictador en pyjama (1920) o Un dictador liberal: Narváez (1953)– y novelas ligeras, como, Contrato de asesinato (1942), Se le fue el novio (1943) o La novia invisible (1944).
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El amplio conocimiento de Révész sobre los asuntos exteriores propició que durante la Guerra Civil estableciera una red de espionaje al servicio del gobierno de Hungría. El objeto de esta trama era la consecución de información sobre las posiciones militares republicanas para ayudar a los sublevados, a través del control de los soldados húngaros alistados en las Brigadas Internacionales. Dichas actividades provocaron su arresto y posterior encarcelación (Moreno, 2015, págs. 56-57).
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Revész tradujo para Espasa Calpe la Antología de humoristas húngaros (1922); La verdad a perra chica (1922), de Eugenio Heltai, y ¡Atrévete, Susana! (1929), de Ladislao Fodor, entre otras muchas traducciones.
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En el diálogo se expresa el creciente sentimiento de humillación e injusticia que experimentó la población alemana, provocado por las costosas reparaciones de guerra, impuestas en el Tratado de Versalles, que tuvieron que afrontar y que supusieron el deterioro de su economía. A lo largo del texto, aparecen otros asuntos firmados en los acuerdos internacionales, como la reducción del armamento militar y del ejército alemán. El diálogo es una demostración del complejo escenario en el que se había convertido Europa en el periodo de Entreguerras, pues el menor desequilibrio en las relaciones diplomáticas podía ocasionar un nuevo conflicto armado.
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Révész plantea las posiciones que había tomado cada país desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta ese mismo año, 1934. Interesa al autor recordar a los lectores que la actitud adoptada por Reino Unido solo tenía como fin mantener su hegemonía, con frecuencia, amenazada por Alemania, España, Francia y Rusia. Asimismo, Révész también aborda el papel de este último país, que, pese a haber sufrido una importante pérdida territorial tras la firma del Tratado de Brest-Litovsk, se situaba con los aliados porque Japón le presionaba con sus intereses militares en terreno soviético.
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Las fronteras de Europa central continuaron siendo un punto de fricción entre los países implicados en la Primera Guerra Mundial, en especial, entre Alemania y Francia, tras la ocupación del Ruhr en 1923 y por el interés del primero en Polonia. La tensión creciente por este asunto en la década de 1930 llevó al ministro de Asuntos Exteriores francés, Louis Barthou, a buscar alianzas con Reino Unido, Italia y la Unión Soviética para construir un frente antialemán. No obstante, la llegada al poder de Hitler en 1933 y el buen entendimiento de este con el mariscal polaco Józef Pilsudski dieron como resultado el pacto germano-polaco de no agresión, firmado en enero de 1934. La rúbrica de este tratado posponía la disputa entre Alemania y Polonia diez años, al tiempo que ponía fin al aislamiento internacional que sufría el gobierno alemán y debilitaba a la Sociedad de Naciones.
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El autor emplea estos apellidos, los dos más utilizados en sus países de origen, para señalar que ambos interlocutores son hombres de a pie, sin responsabilidades políticas. Révész, en sus diálogos, emplea antropónimos habituales para sus colocutores con el fin de dar voz a la población general, con lo que consigue generar la sensación de que esboza un análisis más objetivo de los asuntos políticos, pese a que en el texto se vislumbre su opinión. Cada uno de los interlocutores adopta la postura mayoritaria de su país, Alemania y Francia, respectivamente. Así, mientras Müller se muestra partidario de que se revisen los tratados internacionales que han perjudicado a los alemanes, la posición de Durand es conservadora, pues busca que el difícil equilibrio territorial fijado por el Tratado de Versalles se mantenga.
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El diálogo aparece acompañado por una serie de caricaturas y dibujos tomados de publicaciones en prensa extranjeras, como la Gazzeta del Popolo, Le Journal o Kladderadatsch, entre otros.
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