Notas |
[1]
En el diálogo se discute, en un fino tono de humor y, en ocasiones, de ironía, acerca del carácter universal de una lengua. Para nuestros dos interlocutores, el latín posee esa cualidad, no así el esperanto, que, a pesar de haberse creado recientemente, está abocado a la desaparición. Por otro lado, el nuevo mapa de estados configurado en algunas partes de Europa a raíz de los acuerdos alcanzados por las diversas potencias tras finalizar la Primera Guerra Mundial, sirve a ambos personajes para destacar que muchas de estas lenguas que aspiran a su reconocimiento nacional solo provocarán una nueva Torre de Babel. Este hecho les da pie para criticar el intento de quienes, en España, pretenden elevar el catalán, el vascuence o el gallego al rango de lengua nacional, ridiculizando, para ello, el uso de algunas grafías. El diálogo concluye que es lícito el uso de cualquier lengua individual, pero dentro de una universal común a todos.
[2]
Dado el contexto político y social en el que se enmarca el coloquio, algunos hechos históricos adquieren también relevancia. Tras finalizar la Gran Guerra, y como resultado de los acuerdos tomados por las potencias vencedoras, se dibuja, en parte de Europa, una nueva realidad política. Así, se alude a la Home Rule, el estatuto que había de otorgar a Irlanda una cierta autonomía dentro del Reino Unido de la Gran Bretaña, y que entró en vigor en 1920. Destaca, asimismo, la creación de Yugoslavia, integrada por Serbia, a la que se añadieron los territorios de Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, que antes de la contienda habían pertenecido al imperio austrohúngaro. También se hace mención de la Sociedad de Naciones, organismo que, en aquellos momentos, se hallaba en proceso de creación.
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La Primera Guerra Mundial aparece como elemento configurador del nuevo mapa político europeo que se creó tras la contienda.
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Al final del diálogo, los personajes dedican unas cuantas líneas a hablar de la ortografía. Partiendo de la nueva creación del estado de Yugoslavia, el personaje B dirá que la ortografía “es capaz de dividir a un pueblo”. A continuación, critica que en nuestro país se escriba “Biskaia” o “Plassa de Catalunya”, en lugar de “Vizcaya” y de “Plaza de Cataluña”, o que el término “España” aparezca en un semanario gallego como “Hespaña”.
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Curiosamente, uno de los personajes del que hablan nuestros interlocutores, y que va apareciendo a lo largo del diálogo, está revestido de una notable aura de melancolía. Este personaje es defensor del esperanto, lengua que, a raíz de cómo ha cambiado la configuración de algunos estados europeos tras la Gran Guerra, está abocada a la desaparición. El autor plasma este hecho de forma sarcástica e irónica en la figura de este personaje al que el interlocutor B pinta con aire cabizbajo y meditabundo, y con propensión al suicidio, mientras pasea melancólico por la orilla del río.
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