Notas |
[1]
La autoría de esta obra ha sido objeto de una intrincada polémica que se remonta a los inicios del siglo XX. Oliva Sabuco figuró como autora en las sucesivas ediciones que conoció la obra entre 1587 y 1888. En el siglo XVIII, Benito Feijoo (“Defensa de las mujeres”, en Teatro crítico universal, 1726), Esteban Pérez de Pareja (Historia de la primera fundación de Alcaraz…, 1740), el doctor Boix y Moliner (prólogo a su Hipócrates aclarado, 1716) y el doctor Martín Martínez (“Elogio a la obra de nuestra Insigne Doctriz Doña Oliva Sabuco”, texto preliminar incluido en la edición de 1728), en lo que puede considerarse una reivindicación del propio valor nacional, acusaron al grupo de médicos ingleses seguidores de William Harvey de haberse apropiado indebidamente las ideas de Oliva Sabuco, que consideraban pioneras (Martínez Vidal, 1987; Pomata, 2010, págs. 64-88). En el siglo XIX, surgen los primeros recelos respecto a la autoría femenina, a saber, los de Anastasio Chinchilla (1841), José Miguel Guardia (1886) e Ildefonso Martínez (1847). Ahora bien, la autoría de la obra no se cuestionó con pruebas documentales hasta 1903, año de la publicación de un artículo en el que José Marco Hidalgo, registrador de la propiedad en Alcaraz y autor de una biografía de Oliva Sabuco (1900), da a conocer transcritos una serie de documentos en los que Miguel Sabuco, padre de doña Oliva, figura como autor de la obra. Entre ellos, destaca el testamento del padre, fechado a 20 de febrero de 1588, en el que este afirma que él compuso la obra y que puso a su hija como autora tan solo para concederle la fama y reservar para él mismo el beneficio económico que reportara su publicación. Otros documentos revelan la posesión por parte de Miguel Sabuco del privilegio real que le permitiría imprimir la obra en Portugal (impresión de la que no tenemos noticia), así como —tal y como da a entender la carta de poder que Marco Hidalgo añade a sus hallazgos y publica en 1908— de aquel concedido para los reinos de Castilla, a pesar de que en la primera edición de la obra (Madrid, 1587) dicho privilegio se otorgó a nombre de la hija. Dichos documentos se admitieron como prueba concluyente para aceptar un cambio de autoría a favor del padre: Serrano y Sanz operó el cambio oportuno en Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas (1903-1905) y la Biblioteca Nacional incluyó a Miguel Sabuco en el Catálogo de Autoridades. En 1987, la revista Al-Basit dedicó un número monográfico a Miguel Sabuco, que incluye un artículo consagrado a la reafirmación del padre como autor (Rodríguez de la Torre, 1987b). Tiempo después, Ricardo González (2007-2008) publicaría un documento en el que la propia Oliva, junto a su marido Acacio de Buedo, reconoce a su padre como autor y renuncia a cualquier derecho derivado de la publicación de la obra. A inicios de los años noventa, surgió un movimiento reivindicativo de Oliva Sabuco. Las voces que lo iniciaron denunciaron que la precipitada privación de autoría a doña Oliva se había llevado a cabo sin pruebas suficientes. Varios de los trabajos publicados en esta dirección se realizaron desde los estudios de género, aunque también se aportaron nuevos documentos y se barajaron toda clase de hipótesis en favor de Oliva Sabuco o de una posible redacción conjunta. A día de hoy, la postura más prudente —y que debe tomarse como referencia— es la de Gianna Pomata (2010), que pone de manifiesto las múltiples contradicciones que encierra esta polémica y acepta que la pregunta por la autoría no cuenta todavía con una solución satisfactoria.
[2]
En la documentación notarial disponible, lo más frecuente es que se aluda a Oliva Sabuco como Luisa de Oliva (y de este modo firma ella misma). Por el contrario, en las sucesivas ediciones de la obra nunca aparece el nombre de Luisa; todas ellas van encabezadas a nombre de Oliva.
[3]
Tal y como se detalla en el campo “Autor”, el Miguel Sabuco padre de doña Oliva se corresponde con el bachiller Sabuco que vivió en Alcaraz durante el siglo XVI. En la documentación disponible se alude a él mayoritariamente con esta especificación. En cuanto al apellido Álvarez, este es el de su madre, Catalina Álvarez, aunque en la documentación conocida no se menciona de este modo. Se hace constar aquí esta variante del nombre porque es la decisión adoptada por Henares y García Rubio en su edición de la obra (2009).
[4]
Así figura en la portada de la primera edición (Madrid, 1587) y, con diferencias mínimas en la puntuación y grafías, en la segunda, tercera y cuarta ediciones (respectivamente, Madrid, 1588; Braga, 1622; Madrid, 1728), así como en la edición moderna de 1847.
[5]
Bajo este título se publica la edición de la obra a cargo de Ricardo Fé, precedida de un prólogo de Octavio Cuartero (1888).
[6]
Bajo este título se publica la edición fragmentaria a cargo de Atilano Martínez Tomé (1981).
[7]
Con esta forma abreviada, tal y como figura en la documentación notarial examinada, se refieren a la obra Miguel Sabuco y su entorno cercano. Por otro lado, dicha variante figura como título en la más reciente edición completa de la obra (2009), a cargo de Domingo Henares y Samuel García Rubio.
[8]
No se conoce documentación alguna en la que conste la fecha de nacimiento de Miguel Sabuco. Pueden tomarse como referencias de su ciclo vital la fecha de bautismo de su primer hijo, Alonso (2 de febrero de 1550: Marco Hidalgo, 1900, pág. 19) y la fecha de redacción de su testamento (20 de febrero de 1588).
[9]
La partida de bautismo de Oliva Sabuco, perteneciente al libro de bautismos de la parroquia de la Santísima Trinidad de Alcaraz, lleva fecha del 2 de diciembre de 1562 (Valero de la Rosa, 2018, págs. 41-42; Marco Hidalgo, 1900, pág. 18; la transcribe, por primera vez, Muñoz y Ferrón, 10 abril 1853).
[10]
No se conoce con precisión la fecha de muerte de Miguel Sabuco, pero sí la fecha de redacción de su testamento, 20 de febrero de 1588 (documento transcrito por vez primera en Marco Hidalgo, 1903, págs. 4-8). Waithe y Vintró (2000, págs. 18-19) afirman que el bachiller vivía todavía en 1602 porque aparece mencionado en las amonestaciones de boda de su hijo Miguel (fruto de su segundo matrimonio, con Ana García). Según Valero de la Rosa (2018, pág. 29), dicha mención puede tratarse de un mero dato de filiación.
[11]
Recientemente, se ha hallado el testamento de Oliva Sabuco, otorgado ante escribano el 13 de febrero de 1646 y suscrito por la propia otorgante, que firma de su puño y letra como “doña Luisa de Oliva” (Valero de la Rosa, 2018; lo ofrece transcrito y digitalizado en págs. 75-81). Por tanto, debe considerarse equivocada la afirmación del impresor Lourenço de Basto en los preliminares de la edición portuguesa de la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre (Braga, 1622), según la cual Oliva Sabuco, por estas fechas, ya había fallecido (fol. con sign. **** r).
[12]
Aunque no se puede afirmar con absoluta certeza, es posible que Miguel Sabuco naciera en Alcaraz (Albacete), ciudad donde desempeñó varios oficios (véase lo dicho en la nota a Actividad profesional del autor). Según Valero de la Rosa (2018, pág. 19), puede considerarse indicio de su lugar de nacimiento el hecho de que, tal y como declara en su testamento, sus padres, Catalina Álvarez y Miguel Sabuco, estuvieran enterrados en la iglesia de la Santísima Trinidad de Alcaraz.
[13]
La partida de bautismo de Oliva Sabuco pertenece al libro de bautismos de la parroquia de la Santísima Trinidad de Alcaraz (Véase Marco Hidalgo, 1900, págs. 18-20 y Valero de la Rosa, 2018, págs. 41-42).
[14]
Tal y como apunta Marco Hidalgo (1908, pág. 30), de respetarse su última voluntad, debió de ser enterrado en la iglesia de la Santísima Trinidad de Alcaraz. En su testamento, Miguel Sabuco pide que lo entierren en esta iglesia, de la que es parroquiano, en la sepultura de su primera mujer, Francisca de Cózar o, en su defecto, en la de sus padres, Miguel Sabuco y Catalina Álvarez.
[15]
De haberse cumplido lo expresado en su testamento (otorgado en Alcaraz en 1646), Oliva Sabuco debió de ser enterrada en el convento de Santo Domingo de esta ciudad, en su capilla, donde estaba enterrado su marido, Acacio de Buedo. Asimismo, en el testamento transmite su deseo de que acompañe su cuerpo la cruz de la parroquia de San Pedro, de la que dice ser feligresa. Sin embargo, debe señalarse que en 1636, tras la muerte de su marido, Oliva Sabuco y su hijo Pablo se trasladan a una aldea cercana a Alcaraz, El Ballestero (donde este fue nombrado cura) y aquí pasa doña Oliva los últimos nueve años de su vida (Valero de la Rosa, 2018, pág. 64).
[16]
En el libro de libramientos expedidos por el ayuntamiento de Alcaraz correspondiente a los años 1572-1583, en un asiento con fecha del 4 de febrero de 1572, se dice lo siguiente: “se mandó librar en el dicho mayordomo al bachiller Sabuco, boticario, 17.200 maravedís de medicinas que se tomaron para los pobres” (Marco Hidalgo, 1900, págs. 30-31; 1908, pág. 29). Pretel confirma que la identidad de este boticario Sabuco se corresponde con la del Miguel Sabuco padre de doña Oliva gracias al testimonio de un vecino de Alcaraz, que dice haber conocido al bachiller Sabuco (que reconoce como padre de doña Luisa de Oliva, viuda de Acacio de Buedo) y no acordarse de su nombre, pero sí de que fue boticario en la ciudad. (Pretel, 2017b, págs. 129-130). Se sabe también que Miguel Sabuco (presumiblemente, el aquí aludido) cursó la asignatura de Derecho Canónico entre 1542 y 1544 en la Universidad de Alcalá (según la comprobación de García Gómez, 1992, pág. 14, que reafirma lo dicho por vez primera por Serrano y Sanz, 1903-1905, pág. 173). Tal y como señala Pomata (2010, pág. 18, nota 43), que estudiara en Alcalá guarda coherencia con el título de “bachiller”. Según Valero de la Rosa (2018, pág. 26), el hecho de que este título acompañe el nombre de Miguel Sabuco en los documentos referidos claramente al padre de doña Oliva hace dudosa la identificación del bachiller con un Miguel Sabuco que desempeñó el cargo de procurador síndico en Alcaraz, según Pretel (1999, págs. 244-245), entre 1563 y 1565. De este síndico habló primero Marco Hidalgo (1908, págs. 28-29), quien lo identificaba con el Miguel Sabuco bachiller y con un Miguel Sabuco letrado (esto segundo, desechado por Valero de la Rosa, 2018, pág. 26); más adelante, Pretel (1999, págs. 244-245) consideraría plausible, aunque no seguro, identificar al síndico con el Miguel Sabuco boticario.
[17]
Felipe II y Francisco Zapata son los dedicatarios que figuran en la primera edición de la obra y se mantienen en las sucesivas. Oliva Sabuco, en tanto que autora en el nivel retórico, les dirige sendas cartas nuncupatorias (sobre Francisco Zapata, personaje relevante en la corte de Felipe II, véase la información aportada por el Diccionario Biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia, s.v. Zapata de Cisneros, Francisco: http://dbe.rah.es/biografias/19788/francisco-zapata-de-cisneros). En cuanto a Joam Lobo, es objeto de la dedicatoria elaborada por el impresor Fructuoso Lourenço de Basto para la edición de Braga, 1622.
[18]
La teoría médica expuesta en la obra incluye la disertación sobre la dimensión espiritual del ser humano, en especial, la situación del alma en el cerebro y la relación entre los órganos del cuerpo y los astros. De igual modo que ocurre en otras obras médicas del periodo, la atención a cuestiones propias de la filosofía natural (tales como la materialidad del alma, los elementos presentes en la naturaleza, la estructura del universo) es indisociable del análisis de la naturaleza humana.
[19]
En los preliminares literarios de la obra, en coherencia con lo defendido por los interlocutores del texto, se afirma que el propósito de la misma es ofrecer un nuevo sistema médico que solucione los problemas de salud pública derivados de la ineficacia de la medicina vigente (basada en los principios de Hipócrates y Galeno). La obra se hace eco de algunas de las polémicas que se dieron en el seno de la medicina renacentista: por un lado, la crítica a una medicina demasiado teórica y la reivindicación de la experiencia como método superior de conocimiento. Por otro, la revisión del galenismo. Según el estudio de Pomata (2010), la teoría defendida por Sabuco cuestiona radicalmente algunos de los fundamentos de la medicina galénica, aunque su validez desde el punto de vista científico es muy reducida.
[20]
Esta materia está presente en los diálogos que componen la obra (a saber: Coloquio del conocimiento de sí mismo; Coloquio en que se trata la compostura del mundo como está; Coloquio de las cosas que mejorarán este mundo y sus repúblicas; Coloquio de auxilios o remedios de la vera medicina; Diálogo de la vera medicina; Dicta brevia circa naturam hominis, medicinae fundamentum; Vera philosophia de natura mistorum, hominis et mundi, antiquis oculta. Los títulos completos de los diálogos y su distribución en dos partes se detallan en la descripción de la primera edición). Se elige a un pastor como voz autorizada para exponer los fundamentos de una teoría médica que se presenta superior a la medicina de los antiguos. El pastor Antonio, apegado a lo natural, defensor de la experiencia y la observación como medio de acceso a la verdad y alejado del saber impartido en las universidades, ejerce la función de maestro respecto a otros pastores en los cuatro primeros diálogos (que constituyen la primera parte de la obra) y, en los tres últimos (que componen la segunda), respecto a un médico venido de la ciudad, fiel a las teorías de los antiguos. La íntima relación entre el pastor y la naturaleza le confiere la capacidad de distanciarse del saber comúnmente aceptado, respecto al cual el doctor se muestra obstinadamente fiel. La construcción literaria de uno y otro interlocutor y su contraposición mutua resultan en la valoración de la experiencia y el conocimiento intuitivo frente a la consagración de lo dicho por las auctoritates.
[21]
En el Coloquio de las cosas que mejorarán este mundo y sus repúblicas (el tercero de los diálogos; cf. nota 20), entre variedad de asuntos, se proponen reformas que favorezcan a los labradores y mejorías en los sistemas de riego.
[22]
Se insiste en la importancia de la alimentación para mantener un buen estado de salud y hacer frente a las enfermedades. Con frecuencia se alude a las propiedades de cada alimento: por ejemplo, mientras que deben evitarse los alimentos melancólicos y flemáticos, los alimentos aéreos son muy buenos para la salud.
[23]
Se entiende el amor como uno de los afectos del alma. Una de las bases de la teoría de Sabuco estriba en las repercusiones físicas de los afectos: la experimentación intensa de los mismos puede provocar enfermedades e, incluso, derivar en la muerte. En el caso del amor (entendido como deseo), se dice que puede matar bien por pérdida de lo que se ama, bien por no poder alcanzarlo. Por el contrario, el amor por el semejante es positivo, pues el ser humano es un animal social y la soledad le perjudica. Este tipo de amor es el que se tiene por los hijos.
[24]
La obra se centra en el análisis de la naturaleza humana, ya que su conocimiento es necesario para poder mantener una buena salud. Conociendo el funcionamiento de la misma, se podrán prevenir y remediar las enfermedades. Juega un papel esencial en la antropología de Sabuco la situación del alma en el cerebro, ya que se considera que la experimentación violenta de los afectos del alma produce la caída del jugo nervioso o chilo, y a causa de esta caída sobrevienen las enfermedades. Se compara la naturaleza humana con la de los animales para ilustrar los daños corporales derivados de la experimentación de los afectos; sin embargo, lo que diferencia al hombre de las bestias es su capacidad de controlarlos mediante la razón.
[25]
Oliva Sabuco, en la carta dedicatoria a Felipe II, afirma que la teoría médica expuesta en su obra compete a los reyes, pues estos, conociendo la naturaleza de los hombres, reinarán mejor sobre sus súbditos, del mismo modo que un pastor gobierna mejor su ganado si conoce su naturaleza y propiedades. Además, en el Coloquio de las cosas que mejorarán este mundo y sus repúblicas, se insiste en la idea de que del monarca depende operar las reformas necesarias para mejorar la sociedad.
[26]
El segundo de los diálogos, el Coloquio en que se trata la compostura del mundo como está (cf. nota 20), se centra en la descripción del macrocosmos.
[27]
Juega un papel esencial en la teoría de Sabuco, ya que, tal y como ha estudiado Pomata (2010), el punto de novedad de la misma se halla en la inversión de las jerarquías tradicionales entre los órganos y el rechazo a la función nutritiva de la sangre. Se da prioridad al cerebro sobre el resto de órganos y se establece un paralelismo entre este (húmedo, frío y principal responsable de la nutrición) y la luna, que es también húmeda y fría, y alimenta el mundo y los seres que en él se hallan con su leche (agua y aire). El corazón, fuente de calor, se corresponde con el sol y cumple la función de vivificar la simiente aportada por la luna. Sabuco concede primacía a la luna frente al sol, al cerebro frente al corazón, así como a lo húmedo y frío frente a lo cálido y seco. Con ello, cuestiona lo dicho por Galeno y Aristóteles, que no concedían este lugar principal al cerebro (y, por el contrario, lo ocupaban el hígado o el corazón) y defendían que el principal agente nutricio era la sangre (Pomata, 2010, págs. 41-52).
[28]
En el Coloquio de las cosas que mejorarán este mundo y sus repúblicas (cf. nota 20), se critica la confusión e ineficacia existente en el campo de las leyes. Se defiende que las leyes deben estar escritas en romance, no en latín, y renovarse conforme al transcurso de los años y el consecuente cambio de circunstancias; es perjudicial creer en la vigencia de las leyes antiguas, ya que ninguna ley puede contemplar todos los casos futuros.
[29]
A lo largo de su vida, el ser humano experimenta pequeños decrementos o caídas del jugo nervioso; poco a poco, el cerebro se va secando. Así, el factor de la edad es determinante en la manera en que afectan las enfermedades a cada persona. Al comienzo del primero de los diálogos, los pastores se asombran de la buena salud de la que goza Macrobio, padre de Rodonio, a sus más de noventa años de edad. La muerte violenta o prematura se debe, según se desarrolla a continuación, a una caída brusca del jugo nervioso.
[30]
La consecución de un buen estado de salud llevará al disfrute de una vida feliz. Para lograr este estado de bienestar, el ser humano debe actuar de manera virtuosa (véase, al respecto, García Gómez, 1996, págs. 185-195).
[31]
La obra ofrece un amplio repertorio de remedios farmacológicos, en parte extraídos de las obras de Cristóbal de Acosta, Tratado de las drogas y medicinas de las Indias orientales (1578) y de Nicolás Monardes, Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales (1565-1574).
[32]
Se abordan diferentes cuestiones de índole moral, entre las que cabe destacar la función esencial que se concede a las virtudes morales como sustentadoras de la salud. Según Sabuco, el ser humano debe actuar siempre con templanza, pues solo así podrá controlar los afectos del alma y evitar las enfermedades derivadas de la experimentación violenta de los mismos. También es fundamental la esperanza de bien, pues esta alienta la vida del hombre. Merecen mención, además, la inclusión de los siete pecados capitales entre los afectos perniciosos para el alma.
[33]
Se critica en varias ocasiones el uso del latín en el ámbito de la medicina y las leyes.
[34]
Al disertar sobre la felicidad, el pastor Antonio cita a Garcilaso de la Vega, Angelo Policiano, Juan de Mena, Hernando del Pulgar y fray Luis de León, entre otros autores mencionados.
[35]
Según la teoría de Sabuco, el jugo nervioso que se derrama a causa de los afectos se vuelve vicioso y produce serios daños en el organismo; cuando el afecto responsable es el temor, se engendra el humor de la melancolía. Esta no deriva en la muerte sino a la larga, pero produce en el doliente tristeza, enojo, miedo, falsas imaginaciones, sospechas y preocupaciones innecesarias (fol. 22 r).
[36]
Se insiste en diferentes momentos en el carácter terapéutico de la música, que alegra el alma y ayuda a restituir al doliente.
[37]
El intercambio comunicativo tiene lugar en un entorno natural y apacible, en coherencia con la condición de pastor de tres de los interlocutores. En ocasiones, se alude a este espacio, que se supedita al mensaje que se quiere transmitir: el deseo de una vuelta a lo natural. Este se concreta en la reivindicación de la observación y el contacto directo con la naturaleza humana. Además, la obra se enriquece con un repertorio de exempla en torno a todo género de animales, extraídos de la Naturalis Historia de Plinio, con el fin de ilustrar, mediante casos concretos, las repercusiones físicas de las emociones.
[38]
En el Diálogo de la vera medicina (cf. nota 20), el pastor Antonio llama la atención sobre las casas derruidas y deshabitadas que abundan en este momento en la ciudad, recordando que veinte años atrás la situación era muy diferente. Acusa, además, la poca cantidad de gente. Esto se debe, según el doctor, a las preocupaciones derivadas de una situación de carestía, pues el miedo y la tristeza, como se ha explicado anteriormente, son muy perjudiciales para la salud (fols. 282 v-283 r).
[39]
En el Coloquio de las cosas que mejorarán este mundo y sus repúblicas, se proponen reformas dirigidas a la obtención del bienestar social y se insiste en la responsabilidad del monarca, que tiene el poder de cambiar las leyes.
[40]
La base de la teoría de Sabuco se halla, en gran parte, en las repercusiones físicas de los afectos del alma. La experimentación violenta de los mismos (temor, ira, tristeza, alegría desmedida, etc.) produce la caída del jugo nervioso del cerebro, o chilo, lo que desencadena serios daños en el organismo y puede derivar en una muerte repentina. Sabuco sigue a Platón al considerar la salud un estado de concordia entre alma y cuerpo y la enfermedad, un estado de discordia. Para hacer frente a las enfermedades, se recomienda, en primer lugar, identificar el origen del mal (a saber, el afecto que lo ha provocado); después, hacer uso de la razón para controlar la emoción y actuar con templanza. Por otro lado, se recomienda la adopción de determinados hábitos, tales como la ingesta adecuada de alimentos, el ejercicio físico, la exposición al aire libre o la buena conversación.
[41]
Al ofrecerse remedios para hacer frente a las enfermedades, se repite con insistencia la recomendación de poner por escrito, como una nómina colgando del pecho, aquellos remedios que tienen que ver con la racionalización del sentimiento: la identificación del afecto responsable del daño, la estimación de sus consecuencias negativas y el control del mismo. Se recomienda, a propósito del afecto del enojo y pesar, decir estas palabras: “ya te conozco, mala bestia, y tus obras y daños, no me quiero dar en despojo a ti, como los simples que no te conocían antes; más quiero sufrir este pequeño daño que pudiera ser mayor que no perderlo todo y mi vida con ello, y añadir otro mal mayor encima, como perder la salud o la vida, que monta más” (fols. 16 r- 16 v). Posteriormente, a propósito del afecto de la ira, se recomienda que se lea este razonamiento (fol. 19 v). En el ámbito de la superstición, se creía en el poder curativo de las nóminas, que llevaban escritos nombres de santos y se llevaban colgando del cuello a modo de amuletos.
[42]
La obra consta de cinco diálogos en castellano y dos en latín (véase lo dicho en la nota 20 y en la descripción de la primera edición). En cuanto a los latinos (que son los dos últimos, sexto y séptimo, y en ellos intervienen el pastor Antonio y el doctor: Dicta brevia circa naturam hominis, medicinae fundamentum y Vera philosophia de natura mistorum, hominis et mundi, antiquis oculta), estos presentan algunos fragmentos en castellano (produciéndose el cambio de lengua de manera aparentemente arbitraria; véanse, a modo de ejemplo, los fols. 310 v, 312 r y v; 322 v; 323 r y v; 324 v; 325 r; 348 v-349 r). Por su parte, los diálogos en castellano (que son los cinco primeros; cuatro entre los tres pastores y uno, el Diálogo de la vera medicina, entre el pastor Antonio y el doctor), incluyen citas en latín de otros autores.
[43]
Se acepta la datación que se ofrece en el Inventario General de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, Madrid, Dirección General de Archivos y Bibliotecas, Servicio de Publicaciones; Dirección General del Libro y Bibliotecas; Biblioteca Nacional, 1953-2002-en public., vol. X, pág. 94, n. 3441.
[44]
Oliva Sabuco figura como autora de la obra en la portada y preliminares (legales y literarios). Aunque no está claro que ella fuera la verdadera autora, es indudable que la imagen que de sí misma ofrece en las dos cartas dedicatorias es esencial en la construcción retórica de la obra. Según Pomata (2010, pág. 30), esta presencia de Oliva Sabuco pudo servir de reclamo comercial para incidir en la novedad de la obra.
[45]
A continuación del título, se añade lo siguiente: “Esta segunda impresión va enmendada, y añadidas algunas cosas curiosas, y una tabla”.
[46]
A continuación del título, se señala lo siguiente: “con las adiciones de la segunda impresión y (en esta tercera) expurgada”. Según Jesús Martínez de Bujanda (El Índice de libros prohibidos y expurgados de la Inquisición española (1551-1819), Madrid, Bac, 2016, pág. 969), la obra se incluyó en los índices inquisitoriales españoles de 1632, 1640, 1707, 1747 y 1790. Dado que el primero de ellos se publicó posteriormente a la concesión de los permisos de impresión para la edición de Braga, no parece posible que esta se preparara conforme al expurgo del Índice de 1632. Sería necesario ahondar en la actividad censora de la Inquisición portuguesa para dar información más detallada acerca de esta cuestión.
[47]
A continuación, se añade: “con las adiciones de la segunda impresión”. En la portada, tras la mención a la autora y dedicatarios, se detalla: “Esta nueva impresión va expurgada según el expurgatorio publicado por el Santo Oficio de la Santa, y General Inquisición el año de mil setecientos y siete. Cuarta impresión reconocida, y enmendada de muchas erratas que tenían las antecedentes, con un Elogio del Doctor Don Martín Martínez a esta obra” (véase lo dicho en la nota 46).
[48]
Palau (XVIII, n. 283887) da noticia de esta traducción al portugés. En la tradición bibliográfica posterior, la mención de dicha noticia se ve acompañada del desconocimiento de ejemplar alguno de ella. Según la información aportada por el catálogo de la Biblioteca Nacional de Portugal, se conservan tres ejemplares con las signaturas S.A. 45631 V; S.A. 809 V; VAR. 1763. No parece haber digitalización disponible.
[49]
Edición fragmentaria. Incluye los preliminares literarios de la primera edición (prólogo al lector, dedicatorias a Felipe II y a Francisco Zapata) y dos de los diálogos (el Coloquio del conocimiento de sí mismo y el Coloquio de las cosas que mejorarán este mundo y sus repúblicas). Se incluyen además unas “Máximas terapéuticas y fisiológicas”, que, según nota de la redacción, se extrajeron resumidas de la obra y se numeraron (pág. 482). Se ha comprobado que el final de esta sección (que se cierra con unas palabras intercambiadas entre dos de los interlocutores: págs. 493-494) se corresponde, en su transcripción literal, con las líneas finales de los Dicta brevia circa naturam hominis, medicinae fundamentum. La edición incluye, además, las valoraciones del doctor Ildefonso Martínez (un “Juicio crítico” y “Notas”).
[50]
En Obras escogidas de filósofos, con un discurso preliminar del excelentísimo e ilustrísimo señor don Adolfo de Castro, Madrid, M. Rivadeneyra, 1873 (Biblioteca de Autores Españoles, LXV), págs. 325-376; reimp. Madrid, Atlas, 1953. Edición fragmentaria, que comprende los preliminares literarios de la primera edición (las cartas dedicatorias, los sonetos laudatorios y el prólogo a los lectores) y dos de los diálogos (el Coloquio del conocimiento de sí mismo y el Coloquio de las cosas que mejorarán este mundo y sus repúblicas). Previamente a la edición del texto, se incluyen varios “Juicios críticos”: del Doctor don Martín Martínez (su elogio de la edición de 1728), del señor Mosácula (extraído de sus Elementos de fisiología especial humana, 1830), de don Antonio Hernández de Morejón (extraído de su Historia bibliográfica de la medicina española, 1843) y del señor don Anastasio Chinchilla (de sus Anales históricos de la medicina en general…, 1841).
[51]
La portada interior que precede a la edición de la obra, tras el prólogo, presenta el siguiente título: “Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida, ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos, la cual mejora la vida y salud humana. Escrita, y sacada a luz por doña Oliva Sabuco”. La edición del texto abarca las págs. XXXIX-430.
[52]
Edición fragmentaria. Incluye solamente los tres primeros diálogos (págs. 57-298), además de las dos cartas dedicatorias a Felipe II y Francisco Zapata, y el prólogo al lector.
[53]
Lamentablemente, la fijación del texto es bastante mejorable. Debe señalarse que Samuel García Rubio es responsable de la traducción al castellano de los dos diálogos latinos, de las notas e introducción a los mismos y de la traducción del texto latino inserto en el resto de la obra. Así consta en la aclaración previa a la edición.
[54]
La traducción al alemán abarca las págs. 127-208 del estudio citado en la bibliografía (Bidwell-Steiner, 2009). Se traduce solamente el Diálogo de la vera medicina.
[55]
Se proporciona el enlace que remite al perfil de Marlen Bidwell-Steiner en Academia.edu, donde la autora ofrece la maqueta de su citado trabajo (2009).
[56]
Edición parcial de la obra. Se edita solamente el Diálogo de la vera medicina.
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