Repertorios bibliográficos |
Alcocer. Valladolid, n. 348
Antonio, N. Nova, I, p. 599
CCPBE, 000025106-2
Ferreras. Diálogos, n. 87
Gómez, n. 126
Marsá. Valladolid, n. 555
Palau, XVII, n. 268626
OTROS:
A. Rey Hazas, Artes de bien morir. Ars moriendi de la Edad Media y del Siglo de Oro, Madrid, Ediciones Lengua de Trapo, 2003, p. XLIV
J. Cejador y Frauca, Historia de la Lengua y Literatura Castellana (época de Felipe II), Madrid, Imprenta de Galo Sáez, 1930, t. III, p. 352, n. 167.
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Notas |
[1]
Apenas existe información que permita reconstruir la vida de Jerónimo de los Ríos Torquemada. No obstante, es muy probable que fuera uno de los dos hijos del humanista Antonio de Torquemada, autor de, entre otras obras, los Coloquios satíricos (Mondoñedo, 1553), el Jardín de flores curiosas (Salamanca, 1570) o el libro de caballerías Don Olivante de Laura (Barcelona, 1564). Esta hipótesis se fundamenta en la licencia que Luis de Torquemada y su hermano Jerónimo de los Ríos solicitaron al Consejo de Castilla para imprimir el Jardín de flores curiosas: “Por quanto por parte de vos Luys de Torquemada, por vos y en nombre de Hieronymo de los Rios vuestro hermano, hijos y herederos de Antonio de Torquemada vuestro padre defuncto, vezino de la villa de Benauente nos fue fecha relacion, diziendo que el dicho vuestro padre auia hecho vn libro intitulado Iardin de Flores curiosas, y porque era muy curioso, y en lo hazer auia gastado mucho tiempo, nos supplicastes lo mandassemos ver, y pareciendo ser tal daros licencia para le poder imprimir y vender con priuilegio de doze años” (Jardín de flores curiosas, Salamanca, en casa de Juan Bautista de Terranova, 1570. Madrid. Nacional, U-1575). Teniendo en cuenta que la licencia de impresión data de 1569 y que, según se explicita en el texto, Antonio de Torquemada ya era “defuncto” en ese año, se podría conjeturar que Jerónimo de los Ríos Torquemada nació en la primera mitad del siglo XVI. Según afirma Rodríguez Cacho (Antonio de Torquemada, Obras completas, I, Lina Rodríguez Cacho [ed.], Biblioteca Castro, Turner, Madrid, 1994), Antonio de los Ríos Torquemada “debió de nacer en Astorga, aproximadamente entre 1507 y 1511” (p. XIV). Por su parte, Isabel Muguruza analiza los proyectos editoriales que los hermanos Luis de Torquemada –primogénito según la autora– y Jerónimo de los Ríos pudieron tener para imprimir las obras de su padre. Entre las futuras publicaciones se habría considerado una segunda edición de Don Olivante de Laura, texto que un vecino de Toledo llamado Alonso del Castillo de Lira habría robado años atrás e impreso sin permiso del autor en colaboración con el librero Claudio Bornat, dando como resultado la edición barcelonesa de 1564 (Antonio de Torquemada, Obras completas, II, Lina Rodríguez Cacho [ed.], Biblioteca Castro, Turner, Madrid, 1997, pp. XX y XXI).
[2]
Francisco Miguel de los Cobos Sarmiento y Luna nació en Zaragoza, hijo de Diego de los Cobos y Mendoza, y nieto de Francisco de los Cobos, el que fuera primer secretario del emperador Carlos V. Fue segundo Marqués de Camarasa y primer conde de Ricla. Contrajo matrimonio con Ana Felisa de Guzmán, hija de Pedro de Guzmán el Bueno y Zúñiga y de Francisca de Ribera, Condes de Olivares (Endika, Irantzu y Garikoitz de Mogrobejo, Diccionario hispanoamericano de heráldica, onomástica y genealogía, Bilbao, Mogrobejo-Zabala, XXXVII, 22, 2008, págs. 323 y 324). A continuación de la dedicatoria a Francisco de Cobos y de Luna, se lee una canción del “Licenciado Hieronymo de Quiñones” en alabanza del autor y su arte de bien morir. Teniendo en cuenta la fecha y el lugar de publicación de la obra, podría tratarse de Jerónimo de Quiñones Vaca, abogado de la Real Chancillería y Audiencia de Valladolid, según atestiguan dos pleitos de 1590 y 1591 conservados en el Archivo de la Real Chancillería: Valladolid. Archivo de la Real Chancillería, ES.47186.ARCHV/8.13.7.6/PL CIVILES, PÉREZ ALONSO (F), CAJA 2814,8 y Valladolid. Archivo de la Real Chancillería, ES.47186.ARCHV/8.13.7.6/PL CIVILES, PÉREZ ALONSO (F), CAJA 726,1.
[3]
La obra se imprimió en 1593, habiendo obtenido previamente la aprobación y licencia de impresión en junio y julio de 1592 respectivamente; sin embargo, la dedicatoria a Francisco de los Cobos y de Luna está fechada en mayo de 1591, por lo que se propone ese año como el más próximo a la creación de la obra.
[4]
El enfermo desempeña tanto la función de narrador como la de interlocutor, lo que le diferencia del resto de dialogantes. La interlocución del enfermo comienza cuando aparece Tentación por primera vez en el diálogo. Además, el enfermo asume la función de “director de escena” a lo largo de todo el texto, dando la palabra a cada uno de los interlocutores que dialogan con él, si se exceptúa la réplica de Prudencia a Tentación (Jacqueline Ferreras, 2015: [313]-323).
[5]
Las tres abstraciones se encuentran personificadas en el texto. La tentación se manifiesta a través de una anciana caracterizada desde una doble vertiente según la respuesta que obtiene del enfermo en su interlocución: por un lado, se muestra como una mujer de avanzada edad que se apiada del agonizante; por otro, como una figura espantosa y llena de ira que tiene una vinculación explícita con el diablo. La virtud cardinal de la prudencia recibe una caracterización en la que se subrayan algunos rasgos opuestos a los que caracterizan a Tentación. Si Tentación es descrita como una “muger, con vn habito negro y largo, adreçada como persona de muchos dias: la presencia muy graue, los ojos muy baxos y llenos de lagrimas” (fol. 6r), Prudencia es “vna muy hermosa donzella, cuyo gesto resplandecia como los rayos del Sol, sus vestidos eran de inestimable valor, su hermosura parecia celestial, y su gracia exceder a la que puede dotar naturaleza humana” (fol. 19v). La virtud teologal de la fe aparece asida de la mano por Prudencia en el folio 19v, aunque no interviene hasta el folio 78r, donde se la caracteriza de la siguiente manera: “Y acabando de dezir esto la Prudencia, aquella hermosa donzella que traya en su compañia, que hasta alli auia estado callando, auiendo oydo la desuerguença y atreuimiento con que auia aquella diabolica serpiente hablado, boluio su rostro contra ella diziendo” (fol. 78r). No es infrecuente que en el diálogo renacentista existan interlocutores alegóricos, en parte, herencia de los debates medievales en verso y del diálogo en prosa tardoantiguo; entre los diálogos donde interviene este tipo de dialogantes, siguiendo a Jesús Gómez (2000: 52), se pueden destacar, además de esta obra, el Libro de la Verdad, los Diálogos de Diego de Aguayo, la segunda parte de los Diálogos de la phantástica philosophía de Miranda Villafañe, el Arte de bien confessar de Francisco de Villagracia, el Diálogo de la pena y gloria perpetua de Pedro Mejía de Toledo o los Diálogos de fray Francisco de Ávila.
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