[1]
No hay datos internos o externos a la obra que nos puedan orientar sobre el momento concreto de su composición (los cargos que se atribuye Santaella en el encabezado de la dedicatoria los obtuvo entre 1485 y 1500); sin embargo, cabe suponer que el autor la gestó en los años precedentes a su publicación el 21 de octubre de 1503.
[2]
Incluimos como materias básicas de la obra la Filosofía y la Teología, pues el tema fundamental que en ella se trata (el alma humana y su inmortalidad) se aborda desde una perspectiva racional y laica (con alegación de filósofos paganos) y desde una concepción religiosa y trascendente (con aportación de fuentes bíblicas y patrísticas).
[3]
Se recoge el asunto de la dignidad del hombre en el capítulo XIX.
[4]
Se afirma la influencia de los astros para explicar la constitución física de los seres humanos (capítulo VI).
[5]
Con cierta frecuencia, se alude a concepciones enfrentadas en lo concerniente a la inmortalidad del alma.
[6]
Se explica la existencia de ciertos usos sociales, empleados de manera torticera, como cuando se utiliza la creencia en los duendes para obtener una casa a bajo precio o para ocultar la existencia de una amante.
[7]
Circunstancialmente se alude a cuestiones de orden moral y a obras filosóficas de este contenido.
[8]
Aparecen con frecuencia asuntos relativos a este campo del conocimiento, como la generación animal y humana (capítulo III), el funcionamiento corporal en los animales y el hombre (capítulos IV-V y XXV), los sentidos corporales (capítulo VIII) y las enfermedades y la muerte (capítulo XXIV).
[9]
Toda la obra parece estar pensada (y así lo confiesa el autor en la carta-prólogo) para combatir las creencias heréticas de carácter materialista y ateo que niegan la inmortalidad del alma y la existencia del más allá y, por lo tanto, de Dios.
[10]
Aunque no se indique explícitamente, parece claro que la corriente materialista y atea que rechaza la inmortalidad del alma está representada por un sector significativo de la población judeoconversa española.
[11]
Esporádicamente aparecen reflexiones de carácter lingüístico, como el origen del lenguaje humano y algunos principios de fonética (capítulo VI) o consideraciones sobre la etimología de ciertos vocablos (capítulos XV y XXII).
[12]
Se abordan asuntos de carácter mágico atribuidos, por lo general, a la acción de los demonios: la existencia de las brujas, la alquimia y las transmutaciones de los seres humanos en animales o cosas (capítulos XXXI-XXXII).
[13]
A lo largo de la obra se refieren cuestiones de este cariz y se alude a obras de Aristóteles y otros autores sobre esta materia (capítulos XXIV y ss.).
[14]
Circunstancialmente, se alude a Diomedes (en fuente recogida de Ovidio), Ulises, Circe y el Asno de oro de Apuleyo (capítulos XXXI-XXXII).
[15]
Trata sobre los sentidos anímicos interiores (sentido común, fantasía, imaginativa, estimativa, memorativa) en el capítulo X, sobre el entendimiento, la memoria y la voluntad (capítulos XII-XIII) y sobre la razón (capítulo XIV).
[16]
Intenta justificar razonadamente la creencia en los salvajes y los demonios (capítulo XXII), en las brujas y las transformaciones de hombres en animales o cosas y viceversa (capítulos XXXI-XXXII), en los lobisombres o licántropos (capítulo XXXIII), en los duendes (capítulo XXXVII) y en las transidas (capítulo XXXVIII).
[17]
En toda la obra subyace el contenido religioso principal, planteado como controvertida defensa de la inmortalidad del alma.
[18]
Como fuentes autoriales, se alegan con frecuencia libros bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento: Génesis, Salmos, Eclesiástico, Sabiduría, Eclesiastés, Tobías, Macabeos, Evangelio de San Mateo, San Pablo...
[19]
Se emplean, como confirmación de los argumentos aducidos, numerosos pasajes de autores laicos y religiosos, antiguos y modernos: Aristóteles, Platón, Alejandro de Afrodisia, Séneca, San Bernardo, San Agustín, Avicena, Averroes, Hugo de San Víctor, San Isidoro, Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Juan Damasceno, San Gregorio, Empédocles, Galeno, Macrobio, Cicerón, Lactancio, San Jerónimo...
[20]
El empleo del latín es sumamente escueto en la obra: se reduce a tres frases bíblicas en el prólogo-dedicatoria y, en el texto, a títulos de obras y a unos pocos vocablos técnicos.
[21]
Gallardo registra las obras de Santaella en las cols. 1060-1063 del t. II, donde no aparece el Tratado de la inmortalidad del ánima. Sin embargo, sí lo hallamos recogido en el n. 1870 (col. 528) de ese mismo t. II, dentro de la relación de entradas bibliográficas del Registrum librorum de Hernando Colón (n. 3132), con la sintética indicación de datos que le caracteriza y la indicación de que fue adquirido en Sevilla por 68 maravedís.
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